Arquitectura e interiorismo_

Invernadero Quinta Normal: A espera de su recuperación

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Fotografías por: Archivo @enterrenochile
Texto escrito por: Nicolás Fernández Gurruchaga | Académico y coordinador Diplomado en Gestión Sustentable del Patrimonio Construido USS

Qué bonito es el Invernadero del Parque Quinta Normal de Santiago, ¿lo has visto? Está algo oculto justo detrás del Museo Nacional de Historia Natural paralelo a la calle Matucana. Llama la atención su estructura metálica, su gran tamaño y elegancia. Pese a todo lo anterior, más llama la atención que se encuentre tan abandonado y así, con altos y bajos, ya hace 100 años.

Después de varios intentos –unos más exitosos que otros- por darle nuevamente vida al espacio, hoy sólo tenemos tibias avanzadas sobre su recuperación, donde una organizada sociedad civil tendría un rol fundamental para devolverle la estampa que lució durante la Belle Epoque de Santiago.

Y como es de suponer, detrás de cada gran edificio hay una rica historia. En la segunda mitad del siglo XIX, Chile vivía un periodo de modernización con una gran actividad económica que atrajo consigo capitales y profesionales extranjeros que veían en nuestro país una oportunidad. Ese es el caso de Henry Meiggs, empresario estadounidense que apremiado por una mala racha en su país prueba suerte en Chile, no dejando pasar mucho tiempo hasta encontrar un rubro que le trajo muchos réditos: los ferrocarriles y su infraestructura asociada.

Primero el puente ferroviario sobre el río Maipo, luego la extensión hasta San Fernando, siguió con Quillota – Santiago logrando en 1863 el primer viaje ferroviario de Santiago a Valparaíso sin interrupción. Ya siendo un empresario reconocido en Chile pudo pagar sus deudas que lo hicieron dejar Estados Unidos y se construyó una pomposa residencia rodeada de un maravilloso parque conocida como Quinta Meiggs, terrenos donde hoy se encuentra el barrio Virginia Opazo colindante con la Alameda entre las calles Avenida España y República hasta la calle Blanco Encalada al sur.

Conectando con el tema que convoca este artículo, en 1866, Henry Meiggs encarga a fundiciones francesas las piezas del famoso invernadero que además de adornar los finos jardines de su quinta, pasaría a resguardar innumerables especies de plantas que requerían cuidado especial para adaptarse al clima Santiaguino.

No cabe duda, lo de Meiggs eran los fierros, la estructura construida completamente en acero se trata de uno de los pocos representantes de la arquitectura en metal y vidrio en Chile. Esta estructura acristalada de estilo victoriano al parecer se trataría de un diseño por catálogo, esto se deduce por su gran similitud con algunos invernaderos contemporáneos como los ubicados en el jardín de Auteuil en París o el de Parque de los Castillos de Ravelet, en Cherbourg al norte de Francia.

Tras la muerte de Meiggs en 1877 y su residencia comienza a ser loteada y es así como en 1890, Agustín Tagle Montt, el nuevo dueño del lugar y por ende del invernadero, le ofrece al Estado vender la estructura. Esto no fue indiferente para un importante actor, Federico Philippi, que en su calidad de director del Jardín Botánico e hijo de uno de los naturalistas más relevantes de nuestra historia, Rudolph Philippi, intercede enviando una argumentada carta al Ministerio de Justicia e Instrucción Pública explicando las razones e importancias de lo que significaba adquirir esta construcción para Chile y la conservación de las especies.

Causa efecto, el Estado de Chile adquiere el invernadero y con su parcial desarme junto a las especies de su interior que se pudieran rescatar se traslada a la ubicación que hoy conocemos bajo el nombre de “Observatorio de plantas exóticas del jardín Botánico”.

Hasta 1920 el invernadero operó conservando y cuidando para generaciones futuras una variedad de más de dos mil plantas, nativas y exóticas, entre árboles frutales, cactáceas, helechos, orquídeas tropicales, arbustos de la amazonía, fresnos de flor, entre muchas otras. Además, sirvió, valga la redundancia, de semillero para producción y estudios a la Universidad de Chile, escuelas normales y liceos de todo el país.

De pronto y repentinamente, en 1922 se acoge a retiro Juan Söhrens, el último director del Jardín Botánico y con él la estabilidad de esta organización. El uso del espacio poco a poco quedó al arbitrio de su suerte, murieron las especies, el óxido acaparó espacio, los cristales no brillan por su ausencia. Hoy, 100 años después sólo nos queda contar innumerables intentos por revitalizar y recuperar este hermoso espacio de la capital.

 

Historia de Recuperación

Al tiempo de hoy, el invernadero, Monumento Histórico Nacional declarado (2009), ha tenido bastantes intentos de recuperación; a finales de los años 70 se repusieron cristales y se mejoraron los jardines aledaños, entre 1989 y 1995 fue rehabilitado y ocupado como Conservatorio de Plantas Medicinales. Últimamente la comunidad ha levantado la voz en pos de su recuperación, agrupaciones del Barrio Yungay, movimientos ciudadanos por redes sociales e incluso el anuncio de un gran proyecto por parte de la Municipalidad de Santiago que no prosperó.

Últimamente han existido acercamientos por parte del Consejo de Monumentos Nacionales, el Municipio y la academia para incorporarlo dentro de su listado de obras para el patrimonio en riesgo para, a lo menos, detener su deterioro, pero sin concreción aún.

Es muy relevante concluir con la necesidad de formar y educar en el ámbito del patrimonio con foco en la gestión, es un edificio demasiado relevante que no merece su estado actual. Y por lo mismo son muchos los actores que persiguen su recuperación, sólo hace falta aunar esfuerzos y conseguir un proyecto sostenible que bosqueje su vida en funcionamiento y disfrute de todos.